Una orilla lejana

A principios de septiembre de 1943 la guerra en la Unión Soviética había cambiado de signo. Los alemanes habían perdido definitivamente la iniciativa y no podían hacer otra cosa que tratar de contener las masivas ofensivas soviéticas. Las tropas del Grupo de Ejércitos Sur, derrotadas después de intensos combates alrededor de Belgorod y Jarkov (en las fronteras orientales de Ucrania), habían iniciado su retirada hacia el oeste. El Ejército Rojo se puso como objetivo la liberación de Kiev, aunque para alcanzar el corazón de Ucrania previamente tendrían que superar un gran obstáculo, el Dnieper, un río ancho y caudaloso, con fuertes corrientes, y cuya orilla occidental era escarpada y fácilmente defendible. El 8º Ejército y el 4º Ejército Panzer comenzaron una desesperada carrera para alcanzar el Dnieper antes de que lo hiciesen las fuerzas soviéticas del Frente del Voronezh, a pesar de que Hitler había dado la orden de no establecer defensas a lo largo del río, tratando así de evitar que sus generales tuviesen la tentación de replegarse tras ellas.

A mediados de agosto la Stavka comenzó a considerar una operación aerotransportada a gran escala para capturar cabezas de puente en la orilla occidental del Dnieper y evitar que los alemanes se hiciesen fuertes en el río. A principios de septiembre, las 1ª, 3ª y 5ª Brigadas Aerotransportadas de la Guardia se fusionaron en un cuerpo paracaidista de 10.000 hombres. Eran unidades de formación reciente (tenían apenas unos meses), integradas por jóvenes reclutas que habían recibido un entrenamiento claramente insuficiente. A pesar de la falta de experiencia de sus tropas aerotransportadas, el 16 de septiembre el general Vatoutine, comandante del Frente del Voronezh, aprobó la operación. La fecha fijada para el ataque fue la noche del 25 de septiembre. El control alemán del aire obligaría a los inexpertos paracaidistas soviéticos a realizar un salto nocturno.

Partiendo de bases aéreas que acababan de ser capturadas a los alemanes, situadas al noroeste de Jarkov, a 200 kilómetros del Dnieper, los paracaidistas tenían que tomar una franja boscosa comprendida entre las poblaciones de Bukrin y Kanev, de unos 30 kilómetros de longitud y de 15 a 20 kilómetros de profundidad. Contarían únicamente con armas ligeras y algunos morteros y cañones antitanque transportados en planeadores. Su misión era mantener la cabeza de puente el tiempo suficiente para construir puentes que permitiesen el paso del río de tanques y artillería pesada.

La fuerza aérea del Frente de Voronezh tenía un papel fundamental en el plan. Aparte de aportar los aviones de transporte y planeadores, sería la encargada del reabastecimiento de la cabeza de puente y la evacuación de los heridos, además de dar apoyo aéreo y de observación a las fuerzas de tierra. También se contaba con la ayuda de grupos de partisanos locales, que se unirían a los paracaidistas y les servirían de guías.

Las pésimas comunicaciones por ferrocarril retrasaron la agrupación de las tres brigadas que iban a participar en el ataque. Además el mal tiempo bloqueó a los aviones de transporte en sus bases de origen. El 23 de septiembre, a dos días del inicio de la operación, tan solo estaban disponibles ocho aviones. Obligado por las circunstancias, el general Vatoutine ordenó un aplazamiento de 24 horas y redujo la fuerza atacante a dos brigadas, la 3ª y la 5ª. Los cambios en los planes a última hora generaron una enorme confusión en las tropas que iban a participar en el ataque.

Por si fuera poco, la información que tenían los soviéticos sobre las fuerzas enemigas en la región era muy incompleta y en gran parte errónea. Esperaban encontrar poca resistencia y tener a su favor el factor sorpresa. Y lo cierto es que la zona de despliegue de los paracaidistas estaba poco defendida... hasta un par de días antes de la fecha del salto. La noche del 21 de septiembre tropas soviéticas trataron de cruzar el Dnieper en Bukrin, y los alemanes reaccionaron enviando al área una gran cantidad de refuerzos. En el momento del ataque estaban desplegadas en la zona la 19ª División Panzer y otras cinco divisiones alemanas.

La noche del salto las bases aéreas de partida de los paracaidistas estaban sumidas en el caos más absoluto. Los planificadores habían cometido graves errores, como el de no asignar unidades de exploración para marcar las zonas de aterrizaje de los planeadores, Al final ese olvido no tendría demasiada importancia, ya que los planeadores no llegaron a despegar. Parte de los aviones de transporte (Li-2, la versión soviética de los C-47 estadounidenses) no habían llegado aún a los aeródromos. Además, los pilotos se negaron a embarcar a veinte paracaidistas por avión, insistiendo en que por razones de seguridad permitirían subir a quince o como mucho dieciocho hombres. La falta de aviones y las restricciones al peso que impusieron los pilotos obligaron a dejar en tierra gran parte del equipo (entre el material que se abandonó en el último momento había muchas radios, lo que afectaría más tarde a la coordinación de las operaciones). Hacia la una de la madrugada se agotó el combustible disponible y se interrumpieron las salidas. Gran parte de la 5ª Brigada se quedó en tierra. En total, solo se hicieron trescientos de los quinientos despegues previstos. Partieron más de 4.500 paracaidistas, la mayoría pertenecientes a la 3 ª Brigada, pero otros 2.000 se quedaron en tierra. Además, los que despegaron no podrían contar con cañones anticarro ni el resto del equipo pesado que iba a ser transportado en los planeadores, e incluso gran parte de su equipo ligero se había quedado en las pistas.

El vuelo fue una pesadilla. Muchos de los pilotos tenían un entrenamiento muy deficiente y poca o ninguna experiencia en vuelos nocturnos. Llegaron al objetivo dispersos, volando a alturas que variaban entre los 600 y los 2.000 metros. El fuego antiaéreo fue de una intensidad mayor de lo esperado, lo que aumentó aún más la confusión. Hubo paracaidistas que saltaron sobre las tropas soviéticas en la orilla oriental de Dnieper, otros cayeron directamente en el río. Algunos pilotos se pasaron de largo e hicieron saltar a los hombres muy por detrás de las líneas alemanas. Trece aviones regresaron a sus bases con los paracaidistas aún a bordo.

Los paracaidistas se encontraron dispersos en pequeños grupos, en un área mucho mayor de la prevista, y enfrentados a unas fuerzas enemigas también mucho mayores de lo esperado. Presas del pánico, intentaron reagruparse, buscando a sus compañeros y los contenedores con armas, en muchos casos abandonando sus paracaídas sin ocultarlos, lo que ayudaría a las patrullas alemanas a guiarles hasta ellos. Los alemanes reaccionaron con rapidez. Muchos soldados soviéticos fueron muertos o capturados nada más pisar tierra. Otros grupos serían reducidos en las horas siguientes. Cerca de Bukrin la 19ª Panzer acabó con uno de los grupos más numerosos, formado por unos 150 paracaidistas al mando del comandante de la 3ª Brigada. Pese a todas las dificultades, los soviéticos opusieron una dura resistencia, e incluso en ocasiones lograron pasar al ataque y realizar con éxito algunas emboscadas. Pero estaban condenados. Consciente de que ya nada podría evitar el fracaso de la operación, el general Vatoutine ordenó suspender los envíos de refuerzos y suministros previstos para el día siguiente, abandonando a su suerte a los paracaidistas. Los alemanes continuaron con las operaciones de limpieza en los días posteriores, hasta que el 30 de septiembre el área fue considerada segura. Algunos de los supervivientes lograron cruzar el río y alcanzar las líneas soviéticas. Otros se unieron a los partisanos locales. En el norte, cerca de de Bukrin, el terreno abierto daba toda la ventaja a los alemanes, pero más al sur numerosos grupos se ocultaron en los bosques de Kanev y se organizaron en partidas guerrilleras. A mediados de noviembre los últimos supervivientes se unieron a las tropas soviéticas que ocuparon la región.

Los errores cometidos por los soviéticos fueron muchos y muy evidentes: pésima planificación, precipitada puesta en marcha, deficiente preparación de los paracaidistas y las tripulaciones aéreas, poca información sobre las fuerzas enemigas, o subestimación de las necesidades logísticas para una operación de esa naturaleza. Paradójicamente la Unión Soviética había sido un país pionero en la creación de unidades paracaidistas, ya a comienzos de la década de los 30, pero tras el estallido de la guerra la falta de aviones de transporte había obligado al alto mando a reconvertir las tropas aerotransportadas existentes en unidades de infantería. En 1943 las fuerzas paracaidistas soviéticas estaban empezando a renacer, pero el fracaso de la operación sobre el Dnieper supuso el fin de las operaciones aerotransportadas a gran escala del Ejército Rojo durante la guerra. Las tres brigadas aerotransportadas, o lo que quedaba de ellas (la 3ª había sido prácticamente aniquilada), fueron disueltas y sus hombres enviados a unidades de infantería.

He tenido la tentación de aprovechar la actualidad internacional y poner un título tramposo a esta entrada, como por ejemplo "Paracaidistas rusos saltan sobre Ucrania". Al final preferí no hacerlo para no alarmar innecesariamente a los muchos internautas que nunca leen más allá de los titulares. El título que elegí pretende recordar la película Un puente lejano (A Bridge Too Far, 1977), que narra la historia de la operación Market Garden, el lanzamiento de miles de paracaidistas aliados tras las líneas enemigas para tomar una serie de puentes en Holanda. Market Garden terminó en un completo desastre, y lo cierto es que esa fue la norma en las operaciones aerotransportadas a gran escala en la Segunda Guerra Mundial. Incluso en las que tuvieron éxito el índice de bajas fue tan alto que se podrían considerar victorias pírricas. Como la ocupación alemana de Creta en mayo de 1941, donde los Fallschirmjäger sufrieron tantas pérdidas que Hitler decidió prohibir las operaciones aerotransportadas durante el resto de la guerra.

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